¿Hacker o funcionario?
Todos queremos que la administración funcione mejor. Para lograrlo, te propongo que nos adentremos en la pregunta de si necesitamos más hackers o más funcionarios. ¿Habrá respuesta?
El pasado mes de septiembre leía la noticia de que comenzaba el curso para 67 nuevos alumnos en una titulación pionera y con un futuro profesional prometedor: comenzaba el grado de Ciberseguridad e Inteligencia Artificial de la Universidad de Málaga. Una muy buena noticia para un país que va a necesitar todos los perfiles técnicos que sea capaz de generar porque en esto nos la jugamos.
La noticia me resultó quizás más llamativa de lo habitual porque todavía tenía en mente los resultados de una encuesta que decía que más de la mitad de los españoles -concretamente seis de cada diez- optarían por ser funcionarios antes que por cualquier otro futuro profesional.
Este arremolinamiento de informaciones acabó abriendo un mar de preguntas en mi cabeza cuando me encontré con un relato de Pablo Martín. Pablo, un hacker cívico, se preguntaba cómo le iba a contar a sus padres que iba a había optado por ese camino cuando sus padres querían que él fuera funcionario.
Bienvenidos a una nueva edición de Stakes, el lugar donde queremos reflexionar sobre la interacción entre la tecnología, la sostenibilidad y la democracia. Pensar sobre lo que está en juego. Hoy vamos a navegar la pregunta de si necesitamos más hackers o más funcionarios. Quédate hasta el final que a lo mejor hay sorpresa.
Pablo Martín compartió hace unos años una reflexión que comienza con sus raíces. Las de un niño criado en un pueblo, cerca de todo, cerca de todos. Por eso, cuando llega el momento de tomar la decisión de qué estudiar se encuentra con un dilema:
“Mi primera crisis fue al elegir carrera universitaria al acabar el bachillerato: estaba entre Ingeniería Informática y Trabajo Social. La primera me acercaba al futuro, la segunda al presente”.
¿Qué decidió al final? Eso te dejo que lo veas luego en su propio relato. Lo que me lleva a escribir este artículo es el aparente dilema entre hacerse hacker o convertirse en funcionario. Un dilema que, más allá de la respuesta fácil, tiene unas bases sólidas.
Por una parte, los funcionarios son consustanciales a la democracia. Gracias a ellos la democracia funciona. Su papel va mucho más allá de la tarea administrativa que alguna vez tenemos ocasión de presenciar, son los garantes del despliegue de las políticas públicas. Se encargan de hacer, con su trabajo diario, que nuestros derechos sean una realidad. Son los funcionarios quienes administran nuestros sistemas de salud, de educación, nuestros sistemas de pensiones y prestaciones sociales. Son quienes sostienen el poder judicial y permiten el normal funcionamiento del legislativo y del ejecutivo. Su responsabilidad es elevada. Máxima en muchas ocasiones. Y es una responsabilidad enfocada al bien común.
Por otra parte, la figura del hacker ha sido tergiversada durante muchos años tanto por los medios de comunicación como por la filmografía. Así que se hace necesario recordar que un hacker es el garante de una serie de principios, la conocida como ética hacker, cuya esencia es igualmente democrática. Se trata de una ética basada en el trabajo duro, la creatividad y la pasión por dar nuevas soluciones a problemas antiguos. La constatación la encontramos en libros como el de Steve Levy de 2001 donde recogen los elementos troncales de este código: el principio de compartir, la apertura, la descentralización, el acceso libre a los ordenadores y, por encima de todo, el mejoramiento del mundo. Este último enfocado, concretamente, en la defensa de la democracia y de las leyes por las que nos regimos.
Cierto es que no todo hacker se rige por la ética. Podríamos hablar de los black hat que son los que han extendido esa mala reputación sobre el hacking entre la población general pero aquí nos interesa la parte que contribuye: los hackers cívicos.
Esta semana tuve la suerte de contar con Pablo en la sección de radio. Cuando le pedí que explicara qué es un hacker y particularmente un hacker cívico, hizo referencia al momento en que nació el término. Eran los años del 15M en España, el tiempo de las distintas primaveras de revolución y muchas personas empezaron a trabajar, con o sin tecnología, con lo público como materia pero desde fuera de las instituciones. En aquel momento se sentían huérfanos de término, decía Pablo. Y empezaron a denominarse a sí mismos hackers cívicos. Para intentar explicar a qué se dedican los hackers cívicos, Pablo hacía una comparación:
“Al igual que los hackers son el sistema inmunológico de internet, los hackers cívicos somos el sistema inmunológico de la democracia”.
Los hackers cívicos buscan soluciones sostenibles a los retos a los que se enfrentan las democracias. Incorporan la esencia del hacking, caracterizada por una actitud decidida y orientada a soluciones abiertas e innovadoras, y la hacen accesible a todos. En el hacking cívico, no solo los ingenieros o tecnólogos tienen cabida; sino que líderes comunitarios, gestores de proyectos, comunicadores, abogados, expertos en datos y otros profesionales son esenciales para abordar retos sociales y democráticos.
En la conversación con Pablo, también pude aprender como los hackers cívicos se convirtieron en protagonistas de la revolución de los girasoles de Taiwan. En marzo de 2014, un movimiento liderado por estudiantes ocupó pacíficamente la sede de la asamblea legislativa. Demandaban una mayor transparencia gubernamental y un escrutinio detallado de los acuerdos que Taiwan había cerrado con China. Este acto supuso un cambio monumental en la política taiwanesa, dando lugar una mayor participación ciudadana y una mayor fiscalización de esos acuerdos bilaterales. Entre estos estudiantes se encontraba Audrey Tang. Audrey acabó convirtiéndose en la Ministra de Digitalización.
El caso de Audrey me sirve para llegar a una conclusión muy interesante. Creo que no hay por qué elegir entre ser hacker o funcionario sino que necesitamos más hackers funcionarios o más funcionarios hackers.
Necesitamos deshacernos de esos moldes rígidos que nos han impedido imaginar por tanto tiempo que las cosas pueden ser distintas a como han sido siempre. No se trata de ser hacker o ser funcionario; se trata de ser alguien que tiene la capacidad de adaptarse, de aprender y de poner esas habilidades al servicio de lo público.
No es tan difícil imaginar un mundo donde la curiosidad de un hacker se une a la responsabilidad de un funcionario. Donde no se elige entre presente y futuro, sino que ambos se integran en aras de una administración más transparente y cercana al ciudadano. Dar lugar a una administración en la que las mentes innovadoras trabajan desde dentro del sistema, mejorándolo.
Sería revolucionario y es perfectamente posible.